domingo, 31 de julio de 2011

Trazos. Recuerdos. El eco del vacío

Un trazo borroso sobre ese papel arrugado… Te dibujo otra vez. Como tantas últimamente. No dejo de hacerlo, cada vez que tengo cinco segundos para abrazar el carboncillo con estos dedos que se cansan del vacío táctil que les has dejado. Lo deslizo entre los dedos, áspero, y me recuerda el tacto de tu cara cuando te olvidabas de afeitarte. Lo dejo escurrirse y casi sin mi ayuda, empieza a dibujarte, trazo a trazo. Van naciendo poco a poco sobre el folio cada una de tus facciones y tu cuerpo. Es casi como verte delante de mí, sonriendo, pero desde el folio me miras con la sonrisa cansada, agotado de luchar en una guerra que no es la tuya. Lo sé cariño, hemos librado demasiadas batallas sin motivo. Siempre los dos, con las armas en guardia, esperando a defendernos de unas amenazas que no existían. Siempre luchando el uno contra el otro, buscando inevitablemente un enemigo invisible. Miro al folio, cierro los ojos y me dejo caer sobre la mesa, yo también agotada de todo este tiempo inútil. Desde el espejo me observan mis ojos, dolidos y enfadados. Me miran con odio, reprochándome todo lo que ha pasado y lo que he dejado marchar sin obligarlo a suceder. Sobre mi piel, lisa, cicatrices. Una en el mentón, delicada y fina. Otras me adornan las mejillas y le dan a mi cara un aspecto peculiar, original. Otra me quiebra la ceja, y otra, fugitiva, se escurre de mi mejilla hasta mi cuello, recorriendo el pedazo de piel por el que un día escurriste tus dedos crispados. Otra parte mi boca y, aún sangrante, brilla, pintándome los labios de rojo. Aún ahora me pregunto por qué nadie más puede verlas, si están ahí, tan claras, dando fe de nuestra guerra particular. Pestañeo y vuelvo a mirarme al espejo. Sólo una cara de mujer, aniñada, con la piel lisa, sin vestigios de ninguna lucha, se atreve a sonreírme, triste. Sin embargo, sobre tu pecho desnudo, en el folio hay una mancha de color rojo sangre, justo donde, segundos antes, mis labios se atrevían a besarte.

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