domingo, 31 de julio de 2011

2,30 para ser exactos

Espero nerviosa a que el semáforo se ponga en verde. Mientras, comparto chistes con mi amiga, que sentada en el asiento del copiloto, hace muecas para hacerme reír. Alguien toca a la ventana. Es uno de esos hombres que se dedican a pedir. Cada día son más, debido a la situación económica y a una sociedad que, supongo, tampoco les ayuda precisamente a seguir adelante. Han inundado los semáforos. Unos se disfrazan de payasos, otros hacen malabares, otros intentan vender pañuelos a cambio de “la voluntad”. Otros, como este, simplemente piden. Y lo hace con gesto de pena. Es moreno, mayor. Los ojos cansados y un bigote ralo que endurece sus rasgos. No está demasiado limpio. Poniendo esa cara de lástima que tanto hemos ensayado le hago un gesto de negación a través del cristal.
Es que si le das a cada uno de los que te pide… Lo decimos las dos casi al mismo tiempo, intentando convencernos. Intentando asegurarnos de que hemos hecho lo correcto. Claro, treinta céntimos a cada uno que pasa sería arruinarse. Sonreímos, como en un gesto de aprobación. Mientras, lo veo alejarse a través del retrovisor, bailando de un coche a otro. No hace falta decir que en todos ellos recibe la misma respuesta.
Cuando miro al frente, el semáforo ya está en verde. Piso el acelerador y arranco despacio. Me fijo en la guantera. Tengo una bolsa de gominolas, que me acabo de comprar. Ni siquiera me van a sentar bien. 2,30€ para ser exactos. Contraigo los labios en un gesto de asco. Quiza sí debería haberle dado esos treinta céntimos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario