sábado, 14 de septiembre de 2013

Siempre la fú!

Ayer se fue otra más, como dicen algunos, otra estrella para el cielo. Dice mi madre que, igual que mi otro abuelo, tuvo un morirse de esos de "yo del mundo no me voy sin pelear". Tanto él, como ahora ella, batieron records y dejaron a más de un médico boquiabierto. Le robaron al tiempo días que no les pertenecían, porque no qerían irse sin antes haber luchado, igual que hicieron toda su vida.

Uno, y la otra, eran personas de esas que viven por trabajar. Y no por hacerse ricos, ni nada parecido, sino porque la vida les enseñó que se está mejor sin tener el culo quieto, siempre de un lado para otro. Como se decía en mi familia: o comer o andar o dormir. Y ellos eran de buena boca, de piernas fuertes y de sueño profundo. Y además, agradecidos. Ya podías servirles un potaje de esos de nieta desastrosa en la cocina que todo eran halagos, ya podías ir vestida con un saco que siempre te dirían que estabas preciosa. Que cuanto has crecido.

Y ahora que no están, me inspiran a escribirles porque, más que echarles de menos, lo que hago es recordar. Y es casi imposible llorar, porque todos los recuerdos son buenos. Todo son sonrisas, anécdotas, frases de cariño. Así que desde aquí sonrío, pensando que, donde quiera que estén, seguirán siendo tan testarudos, luchadores y nobles como lo fueron siempre.

Porque ellos, si es que el cielo no existe, estarán empezando a construirlo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Esther

 Es preciosa. El pelo castaño,los ojos negros y una sonrisa triste. 

Se sienta detrás de la mesa con las manos en los bolsillos. Se viste demasiado elegante para este pequeño bar de pueblo. Parece un animalito perdido en un ambiente hostil y se esconde detrás de la espalda ancha del que creo que es su novio. La escucho decirle en bajito que no entiende nada,con un acento de cualquier sitio lejano. Tiene los ojos también tristes, mientras gira la cabeza a un lado y a otro, siguiendo una conversación de la que no entiende palabra. 

Él cambia por momentos. Gallego cerrado, pitillo en mano y charlas insustanciales. Luego la mira a ella y suaviza la lengua, intentando hacerla entender, mientras suaviza también la mirada y le sonríe con cara de tonto enamorado. La escucho decir a ella, a media voz y con la sonrisa de lado, que le propone un trato: "yo te enseño inglés y tu me enseñas... "galego"". Pone toda su alma en pronunciar la palabra con un aire folclórico. El le dice que va a ser difícil, pero pone cara de intentarlo. Luego la conversación vuelve a envolverlo y ella se mantiene distante, pestañeando suavemente y girándose hacia la ventana. Me deja ver un perfil perfecto, labios sensuales, nariz respingona, ojos brillantes. Casi el rostro de una diosa. 

Lo miro a él ,de rostro aniñado y andar desgarbado,y me pregunto qué le habrá visto. Luego él se gira y le vuelve a sonreír con esos ojos de adoración. Ya lo entiendo todo.



*A Esther, la joven del perfil de diosa, y a Rubén, que cuando leyó este texto sonrió de tal forma que me hizo volver a creer en mí, volver a escribir.

sábado, 22 de junio de 2013

Ser almohada en el Rusian Hotel no es tarea fácil

Se preguntó cuántos ronquidos más tendría que oír y se dijo a sí misma, resignada, que muchos, muchos más.

Ser almohada en el Rusian Hotel no era un trabajo nada agradable. En los últimos meses había soportado a señores que se bababan, putas que fingían, mujeres llenas de maquillaje e incluso algún piojoso. Y luego estaba él, "el hombre de la corbata amarilla" o "Johnny", como ella había decidido bautizarlo en honor a alguna película de serie B norteamericana. Llevaba dos semanas durmiendo allí todos los días. Tenía una rutina extraña, roncaba mucho y solía salir a media noche. Vestía bien, era elegante, y llevaba siempre aquellos cigarros tan largos, extranjeros, que a ella le gustaban más bien poco.

Aquel día algo pasaba en el Rusian Hotel. La calle estaba llena de transeúntes preguntándose qué sucedía, mientras la policía ponía vallas amarillas y alejaba a los curiosos. Hacía diez minutos, alguien había oído gritar a Gladis, la empleada cubana, mientras hacía su turno de limpieza. Ahora, ella y tres agentes miraban hacia el cuerpo del capo John Ricco con gesto desencajado.

La almohada aflojó la presión. Bien. Así no roncaría más.

martes, 29 de enero de 2013

Aquella Guerra Civil, con mayúsculas


                  Vilar de Rei era, y sigue siendo, un pueblo como tantos otros que pueblan las tierras de Galicia. Perdido entre los valles lucenses, casi abandonado, en algún momento fue realmente bello. Las casas de piedra tienen hoy un cierto olor a olvido, olor a musgo, a recuerdos, los caminos están cubiertos de silencios, y allí donde un día hubo palabras ahora se escuchan sólo los cantos de los ruiseñores. En los senderos de tierra ya no se ven las marcas de los carros, aquellos que “cantaban” tirados por los bueyes, y en las noches frías nadie habrá que encienda una lumbre para calentarse y contar leyendas. Pero en algún momento, en algún momento Vilar de Rei tuvo su propia historia.

                Durante los años de la guerra, aquella Guerra Civil, con mayúsculas, que hizo pasar hambre y miedo a tantas personas, Vilar de Rei fue un bastión de la “resistencia”. Entre todos aquellos hombres de pueblo que acudían a misa siempre que les era posible, había una familia que se negaba a aceptar la situación.  La familia de La Morena. Allí, en medio de la noche y a escondidas, acudían muchos de aquellos “rojos” escapados, buscando una taza de caldo caliente, un abrigo y algo de apoyo. Incluso “El Piloto”, el más famoso de los maquis escondidos en los montes gallegos, acudía a aquella casa de cuando en cuando. Supongo que entre aquellas vigas de madera, ahora ya carcomidas por el paso del tiempo, se contaron cientos de historias. Pero acabó la guerra, El Piloto fue atrapado y de aquella época no quedó más recuerdo que el de unas cuantas provisiones en la buhardilla de la casa.

                José era nada más que un niño cuando la guerra terminó, no sabía nada de todo aquello, y en su ignorancia vivía feliz. Siempre había sido un niño risueño, pasaba los días acompañando a las vacas a los prados, jugando por los caminos o haciendo algún que otro recado para ganarse un trocito de chocolate. Un día Morena, que de sus sueños revolucionarios se había ido olvidando obligada por la realidad, lo llamó a su casa. Con el paso de los años y por culpa del frío del invierno le costaba algo más que hacía algún tiempo subir a la buhardilla. Necesitaba unas mantas que tenía allí guardadas y le pidió ayuda al niño. Allí arriba José descubrió un mundo fascinante para cualquier crío. Quien haya sido niño sabrá lo fantástico que es descubrir un cuarto viejo lleno de trastos por explorar. En una esquina, cubiertos por una sábana, quedaban los últimos recuerdos de aquellos revolucionarios de hacía unos años. Ropas viejas, algún cartucho, un par de latas. A José le llamaron la atención aquellas latas, parecidas a las de la comida, algo más grandes y aplastadas. Movido por la curiosidad intentó quitarle la tapa a una de ellas. De repente, un estallido. En el piso de abajo Morena se acordó de las viejas granadas de los escapados y olvidándose de su dolor de piernas corrió escaleras arriba. Algunas cajas destrozadas, astillas, humo… y allí estaba José. José, el pobre José, que lloraba con sus ojos ciegos e intentaba ocultar los muñones de sus manos. Él, que no había vivido la guerra, pagaba ahora sus consecuencias.

                Aún hoy, años después, cuando me cruzo con él por la aldea, lo saludo y me sonríe sin saber a donde mirar, me acuerdo de la historia que tantas veces me han contado. Nunca me han gustado las guerras, son injustas y en ellas sufren miles de inocentes, pero la primera vez que escuché la historia de José, mi vecino ciego, las odié más que nunca.

                 A él le habían arrebatado la infancia, igual que a tantos otros les arrebatan los sueños.



*Los nombres son falsos, pero la historia, real. Homenaje a “José” y a ella, que hace poco nos dejó.