lunes, 7 de noviembre de 2011

Charlotte

Cuando Charlotte entró por la puerta el mundo se detuvo. Tic, tac. Sonaba un reloj a lo lejos. Las paredes seguían desnudas y ella quiso vestirlas con la mirada. Pero no podía, porque sus ojos también estaban desnudos. Ya no había en ellos aquel manto cálido. Los cerró despacio y sintió como todas las miradas se posaban en su piel pálida. Allí estaba, vacía, expuesta, delante de un mundo que se había parado para recibirla. O quizá no. Quizá sólo la observaban porque era molesta y distinta. Sintió frío.

La joven, vestida de blanco, permanecía de pie en la puerta. Era pálida y sin embargo, tenía el cabello muy oscuro. Había conseguido distinguir, en los pocos segundos en que los mantuvo abiertos, unos ojos azules, avioletados. Sus manos delgadas y frágiles se tapaban la una a la otra, en una lucha inútil por ocultarse de alguna manera. Me pareció tremendamente bella. Sin embargo el resto de los presentes en la sala la miraban con odio condenándola sin conocerla, por ser diferente. Por eso no me extrañó cuando, con un grito, ella salió huyendo por la puerta hacia el exterior nevado.

2 comentarios:

  1. Brillante, se me pone la piel de gallina cada vez que leo algo tuyo. Escribes tan bien...
    Un besazo.

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  2. El karma de ser diferente...
    Un buen relato, describe sin describir, cuenta sin contar, casi es un juego de adivinanzas, solo dos pares de ojos escapan al Infierno. Y eso solo no parece ser suficiente en este ejemplo.

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