viernes, 2 de septiembre de 2011

La multitud aplaude

Quiere que acabe cuanto antes. El dolor, el miedo, la humillación. Toda esa gente observándolo, mientras sufre una nueva estocada, o un nuevo golpe. Tiene los sentidos aturdidos y se gira, huye, ataca… cegado por la rabia y por la impotencia… Él, que se creía tan poderoso, ahora es débil, poco más que un niño asustado. Siente los músculos agarrotados por el temor y la sangre que se resbala por su espalda, y que le llena la boca, amargándole los pocos segundos que tiene de vida. Mientras, a su alrededor, todos se ríen.
Un esclavo que ha violado las leyes y ha robado a su patrón, en medio de un Circo romano, deja caer una lágrima y se acuclilla, esperando otra vez sentir el ataque de un león. Un campesino recién casado que se ha negado a cederle a su Señor el derecho de pernada, se deja caer en el suelo mientras éste desenvaina nuevamente la espada delante de una turbamulta que nada puede hacer ante leyes injustas. Un soldado apresado por el bando contrario en una guerra que no es la suya yace, atado, en una silla, mientras otros militares desahogan su frustración en él, llenándole el cuerpo de llagas. Un niño se hace un ovillo en el suelo y llora, esperando que sus compañeros, con un móvil que lo graba todo en la mano, terminen con esta tortura. El indefenso contra el poderoso. La multitud contra un inocente.
Embiste una vez más al aire, tratando de defenderse, inútilmente, de esos dardos que se le clavan en todo el cuerpo, hiriéndolo. Llora aunque nadie lo ve. Delante de sus ojos, sólo distingue ya una gran tela roja y la figura de un hombre que, en un último esfuerzo, lo abate con una nueva banderilla. Mientras, la multitud aplaude.

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