viernes, 2 de septiembre de 2011

La sonrisa del amigo

Érase una vez una mujer que no tenía corazón. No sabía desde cuando vivía sin él, sólo era consciente de que un día, al levantarse, había notado un gran vacío en el pecho. Un hueco tan hondo que no era capaz de abarcar con la mano, y que le causaba frío, soledad. Todas las noches salía a buscar su corazón. Se enfundaba en sus mejores galas, cubría las ojeras de desvelo con un poco de maquillaje y ensayaba ante el espejo su mejor sonrisa. Le habían dicho que para encontrar de nuevo a su corazón tenía que encontrar primero el amor. El amor… había oído hablar tantas veces de él! Pero nunca lo había visto. Ya empezaba a creer que era una leyenda urbana. Decían de él que era un bichito pequeñito, escurridizo y complejo, que huía ante las discusiones y se hacía más fuerte en los problemas. También decían de él que conseguía que sintieras mariposas en el estómago, que no durmieras por las noches y que lloraras a veces sin sentido. Había oído incluso que se escondía en los ojos del amante y en la sonrisa del amigo. Ella nunca había sido capaz de comprenderlo. Todas aquellas frases no tenían sentido para ella. ¿Quién querría algo que te hiciera llorar y no dormir? ¿Quién buscaría incansablemente aquello, recorriendo el mundo para encontrarlo? No lo entendía. Sin embargo, sí sabía que le hacía falta si quería encontrar su corazón. Y aquello era algo que ella quería con todas sus fuerzas. Le costaba cada vez más respirar, porque el aire frío que entraba en aquel vacío le segaba los pulmones, y por las noches notaba que, a su lado, en la cama, había un hueco que quería ser llenado. A veces, vagamente, recordaba días en los que su pecho aún estaba completo. Aquella calidez…
Aquella noche salió de nuevo a buscar. Por el camino, casi sin querer, se topó con una sonrisa que la hizo iluminarse, con unas manos que la acariciaron y una boca que le contó cosas que nunca había oído. Se dejó llevar y pasó la noche en vela, entre susurros y la luz tenue de una lámpara. Era tan atento… Ella, que venía de una sociedad en la que la noche servía de buffet libre, una sociedad en la que los hombres buscaban placer a cambio de la nada y prometían la luna para luego regalar silencios, ella que estaba acostumbrada a buscar el amor y encontrar el deseo, se encontró con algo que no esperaba. Cuando llegó el amanecer se descubrió mirándole a los ojos. Él le sonreía, y le hablaba, despacito, de su vida y de sus problemas, de sus sueños y de sus complejos. Ella lo escuchaba atenta, agradecida de que le estuviera regalando aquel pedacito de su vida. Llevaban horas juntos, en la oscuridad, y por primera vez no se sentía desnuda… no se sentía desprotegida ni forzada, como había pasado siempre. Él había respetado cada paso que ella había avanzado y cada paso que había dado marcha atrás. Le había pedido permiso para acariciarla y para besarla, para caminar por su piel. Y en cada momento la había mirado y se había preocupado por lo que ella sentía, por lo que ella pensaba. Lo miró a los ojos y de repente, lo vio, ahí en el fondo. No podía ser. No, no era posible, pero se parecía tanto… Se parecía tanto al amor…

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