lunes, 14 de mayo de 2012

Con el paso de los años


Él la conoció cuando tenía apenas 20 años. Pasaron un par de veranos juntos, se enamoraron, se casaron, tuvieron hijos, envejecieron, se jubilaron. Aderezado con unas cuantas discusiones, problemas para pagar la casa, un hijo rebelde y amigos del club de la tercera edad que le dan de comer a las palomas en el parque. Fueron felices. 

Entonces su cuerpo empezó a decirles que era hora de ir parando. Que ya habían robado demasiados minutos al tiempo. Ella se rindió antes. Dejó que poco a poco su memoria la fuera abandonando. De un día para otro empezó a ver cosas que no existían, olvidó los nombres de sus nietos y su mirada perdió la dirección. Una mujer orgullosa, bella y digna quedó reducida a un ser inerte en una silla de ruedas. Él, mientras tanto, la cuidaba como el primer día. Pese a las peleas, las discusiones, su carácter ácido y pese a su propio cuerpo, que empezaba también a cansarse. Verlos reencontrarse, después de tres días separados por culpa de un hospital, es una de las cosas más bellas que he visto. Ese cariño que se mantenía ahí, pese a los años, o mejor dicho, gracias a ellos, cada vez más puro. Ver cómo él le daba un beso, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando ella finalmente se dejó ir, el mundo pareció mucho más gris. Él perdió la facultad de ver lo blanco, lo negro, los colores y las luces. Donde antes había vida ahora había solamente un vacío inmenso. Lo vi llorar y se me partió el alma. Era un llanto de dolor, de rabia, de resignación. 

Sin embargo, él luchó por su vida. Fue a buscar el carácter y la fuerza que había tenido en un pasado y de allí, de un rinconcito de su corazón, lo sacó todo. Hoy, mientras pasea de un lado para otro, farfullando de vez en cuando con esa voz de viejo gruñón que tanto me gusta, me pregunto qué piensa. Si la recuerda. Luego me reprocho a mí misma. Claro que sí. Simplemente, con el paso de los años, uno aprende a ver la vida de otra manera. Deja de lado los llantos para dejarle sitio a un dolor mucho más puro, tan puro como el amor que antes sintió. Me fijo en que él siempre se sienta ahora en el mismo sitio del sillón. El otro, obviamente, sigue siendo de ella.